miércoles, 26 de noviembre de 2014

El duelo



Sabía desde hacía dos meses la respuesta a esa pregunta, al no obtenerla opté por suprimirla de mi mente, como se suprimen las cosas que te torturan lentamente. Aguardaba impaciente la respuesta cuando oí un hilo de voz al otro lado del teléfono, una voz que denotaba miedo, inseguridad, engaño, inmadurez total y absoluta; si…… Pero no puedes decírselo a nadie! En ese momento se contrajeron todos los músculos de mi cuerpo, inmediatamente pensé “Sonia has vivido demasiadas veces este año esta sensación, ya está bien.” Y aguanté el llanto, minutos después al colgar, ni siquiera recordaría lo que le dije tras recibir la noticia, intenté en vano recordar cada palabra utilizada, pero solo me venía a la cabeza una y otra vez. “Va a tener un hijo, con otra mujer” y ese hecho que se había convertido en una realidad se me antojó lo más cruel del universo.

He vivido de cerca en el último año de dos traumáticas pérdidas, una irrecuperable e irremediable como es la muerte de un ser querido y la otra basada en el desengaño de un ser al que se tiene por idealizado y bajo la creencia que nunca te llegará a herir, ese creo que es el sentimiento más doloroso que existe.
Durante la primera fase del duelo experimentas una especie de mudez, de incapacidad del desarrollo habitual de tu vida rutinaria para caer como un saco bajo las garras de las sábanas, desnudando tu alma a cualquier persona que te cruzas convirtiéndote en un ser vulnerable y endeble sin reconocerte a ti mismo. Te planteas lo perversa que llega a ser la mente humana de aflorar recuerdos que creías enterrados, en el momento más inoportuno para causar aún más dolor añadido. 
Un dolor punzante en el pecho, la angustia que te atraviesa todos los órganos del cuerpo y te deja encogida como un ovillo de lana, y la nuez que te oprime la garganta. Insomnio, porqué será que cuando lo único que quieres hacer es meterte en la cama y dormir y que pase el tiempo es cuando resulta imposible llevarlo a cabo, que te despiertas una y otra vez con ese mismo pensamiento en la cabeza. La locura debe venir por allí, y se transforma en ansiedad, y de la ansiedad en algo peor.
Esos sentimientos cada vez son menos intensos y van desapareciendo poco a poco,  hasta convertirse en un sentimiento con el que convives a diario y al que le dices; AHORA NO, DÉJAME EN PAZ, VUELVE LUEGO QUE ESTOY OCUPADA.  Inmediatamente después, te planteas, será que podré dejar de sentirme así en algún momento? Desaparecerá por completo? Dejará de dolerme pensar en bebes? Dejará de importarme si me quedo embarazada algún día o si encuentro al amor de mi vida? Y piensas todo el mundo habrá experimentado esto? Y de repente buscas a tus referentes más directos.
Los padres, si ellos si lo vivieron y de hecho mi padre debió vivir algo muy similar a lo que he experimentado yo. Mi madre por otro lado, sintió la desolación de verse sola después de haber cedido en todo su esplendor su alma a otra persona, a mi madre de hecho creo que le llegó ese amor de los veintitantos a los 40, y a mi padre en cambio le ha venido la paz y la estabilidad emocional a los 60, quizás no esté todo perdido. Sin embargo, mi madre lo perdió de nuevo. Primero, como consecuencia de una separación y en segundo lugar como consecuencia de la muerte arrolladora que nos dejó a todos sin tiempo de prepararnos.
Los hermanos de mi madre, son para mí un referente muy cercano y si repasas sus vidas compruebas como realmente todos han sufrido muchísimo, si no ha sido como consecuencia del amor, ha sido por otras causas devastadoras como enfermedades y fallecimientos.
Sin embargo, todos han seguido adelante. Todos se han reinventado. Ellos son mi espejo y mi fortaleza ahora mismo.

Pasa el tiempo, y mientras intentas dignamente ir recomponiendo los pedacitos en los que te has visto convertida, tu mente sigue iluminándose con cada recuerdo pasado, con cada palabra cercana, y dejas que las cosas vayan sucediendo y crees estar perdiendo cosas maravillosas a tu alrededor por estar completamente obcecada en ese pensamiento recurrente y obsesivo. Y luego te das cuenta de que es normal, que ni te estás perdiendo todas esas cosas ni ha pasado tanto tiempo. Es otra vez la mente que te juega malas pasadas, que solo ha pasado una semana y media, pero el tiempo solo pasa deprisa cuando crees que se te escapa, en cambio cuando lo necesitas como aliado puede ser tu peor enemigo.

Que daño nos ha hecho esa visión romántica con la que todos hemos crecido. Yo a los treinta años me he dado cuenta que la vida no es así, que te enamoras locamente con veintitantos y que si sale mal no podrás volver a sentir nada parecido, sino algo completamente diferente, quizás algo mejorado, fruto de la experiencia vivida y del dolor padecido, quizás sea algo real.

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